Jeff Bezos ha provocado una gran conmoción en el mundo empresarial con su intención de colocar pulseras a los empleados de Amazon para monitorizarles y rastrear sus movimientos.
El objetivo de la empresa es que la pulsera sirva para guiar a los trabajadores por el almacén. Si el empleado se aleja del estante al que se debe dirigir, la pulsera provoca una vibración. Y vibra también cuando el operario se entretiene demasiado tiempo sin razón.
La idea ha abierto un debate sobre hasta qué punto es ético tener un control tan minucioso de los trabajadores. El Gobierno italiano ha sido tajante al manifestar que “la pulsera electrónica de Amazon es ilegal”. “Las únicas pulseras que hay en Italia son las de las joyerías”, ha dicho irónicamente el ministro de Desarrollo Económico.
¿Se dejaría usted vigilar todo el tiempo en el trabajo a través de una pulsera? La respuesta evidente es que no. Pero qué me contestaría si le digo que esa pulsera también supervisaría sus constantes vitales como si estuviera continuamente en un box sanitario, y que con ello se podrían prevenir futuras enfermedades. Y si, además, su compañía de seguros le rebajara la prima al conocer, a través de la pulsera, que usted conduce de forma prudente y que tiene unos hábitos de vida muy saludables. ¿A qué ya no rechaza con tanta contundencia el uso de la pulsera espía Las bondades de la hiperconectividad son innegables. Los pacientes en lugares remotos, por ejemplo, podrían estar comunicados con su médico en todo momento, y se evitarían muchas muertes porque llevaríamos encima continuamente todo nuestro historial clínico. Eso sí, sólo se nos pide un pequeño sacrificio a cambio, que renunciemos a nuestra privacidad y que estemos dispuestos a estar super controlados, con los riesgos que ello conlleva.
Una empresa noruega, por ejemplo, llegó a obligar a sus empleadas a llevar una pulsera roja cuando tenían la menstruación para controlar y justificar las veces que iban al servicio y medir así la productividad. Aquello provocó un gran escándalo y se hizo público que había empresarios que colocaban cámaras en la entrada de los servicios y otras que obligaban a los empleados a firmar un libro de registro cada vez que querían aliviar sus necesidades fisiológicas.
La obtención masiva de datos de los trabajadores puede resultar muy atractiva para la gestión empresarial, pero se trata de una cuestión compleja que debe ser consensuada con la plantilla. Resulta necesario hacer partícipes a los empleados que los datos obtenidos pueden mejorar la marcha de la compañía Y también establecer normas muy claras sobre el uso de la información obtenida a través de móviles o tabletas corporativos. Los comerciales deben saber, por ejemplo, que los aparatos electrónicos incluyen un módulo GPS que les tiene localizados en todo momento. Hace un par de meses, los tribunales avalaron el despido de un comercial que en lugar de visitar clientes estaba en su casa viendo la televisión. La empresa sabía dónde se encontraba el empleado a través del GPS de la tableta.
La geolocalización es sólo el principio. Cuando se generalice el Internet de las Cosas, 50.000 millones de aparatos electrónicos salpicarán las ciudades en 2020, y la hiperconectividad desatará un crecimiento exponencial de nuestros datos. Los asientos de los automóviles medirán nuestras constantes vitales, los cepillos de dientes registrarán el estado de la flora bucal… y todos estos datos se almacenarán y se transmitirán.
¿Puede un trabajador negarse a este control por parte de su empresa? En teoría, sí, pero será difícil oponerse al avance de la tecnología y del big data, impulsado por la cada vez mayor presión para reducir costes y mejorar la competitividad. Se puede llegar a dar el caso de que en la misma empresa trabajen personas monitoriza- das y otras que se resistan a ello, lo que supondría tener distintas condiciones laborales.
En cualquier caso, nos enfrentamos ante un gran cambio de paradigma, en el que la relación laboral ya no se basará en la confianza y en un control moderado de los empleados. La idea predominante será que el control total es lo único que garantiza el correcto funcionamiento de la empresa, un argumento típico de las dictaduras.
Los defensores del poder tecnológico, como Amazon, argumentan que el uso del big data convierte a las compañías en más justas porque hasta los despidos y ascensos se tomarían a partir de datos objetivos. Serían los estadísticos y matemáticos los que moverían los hilos del poder.
Quizás pueda ser un mundo más matemáticamente justo, pero desde luego será más frío, más despiadado y mucho más inhumano.