Estados Unidos señala a 40 tiendas de la frontera de Girona con Francia como punto negro mundial de las imitaciones
Els Límits “En el lejano oeste”. Allí sintió que estaba el director general de Andema, José Antonio Moreno, la asociación dedicada a la defensa de las marcas, la primera vez que pisó la calle, de poco más de un kilómetro, que cruza la frontera entre España y Francia. Una acera es Els Límits, un barrio de La Jonquera (Girona); la otra, El Pertús (Francia). “Conforme nos acercábamos con la alcaldesa, los comercios iban bajando las persianas”, recuerda Moreno de aquel día. Los productos falsificados, sobre todo ropa, se vende en el lado español, y los compran ciudadanos franceses. Estados Unidos ha incluido la cuarentena de tiendas de la zona como un punto negro mundial de la falsificación.
El mediodía del 29 de noviembre de 2016, 250 policías desembarcaron en Els Límits, cerraron una cuarentena de tiendas y detuvieron a 67 personas. “Es la operación más grande en la Unión Europea”, asegura el director general de Andema. Los agentes se incautaron de 264.980 productos falsificados. A los cabecillas, entre siete y ocho personas de tres familias, les acusaron de tener un volumen de negocio de más de cinco millones y haber blanqueado nueve millones con un delito contra la propiedad industrial. “Estuvimos tres años investigando Els Límits”, recuerda, con cierta frustración, el inspector Carlos Manchón, jefe del grupo de delitos contra la propiedad industrial. Los agentes detectaron dos maneras de introducir el material: o bien compraban a representantes portugueses de marcas falsificadas, o bien realizaban “pedidos a pie de calle” a una familia que vive en Figueres. “Todos los días, su tarea era subir y tomar nota de lo que necesitaba cada comerciante, recoger el dinero, y luego irse a Turquía, donde hacían las compras que les encomendaban”, cuenta el inspector. Luego recibían esos pedidos o a través de paquetería, con servicios como TNT o MRW, o bien los enviaban desde Grecia por avión, o entraban por barco a través del puerto de Valencia.
En los registros, hallaron nueve zulos. “Estaban en las propias tiendas, tras una falsa pared, llenos hasta arriba, con el triple de material que había expuesto”, relata el inspector. Además de retirar los productos falsos, su principal objetivo era mantener el cierre de los locales hasta el juicio, que todavía no se ha celebrado. Pero dos meses después, volvieron a levantar la persiana: la Audiencia de Girona declaró la nulidad del cierre.
“Aquí no se venden falsificaciones”, asegura un hombre corpulento, colocado en la puerta de uno de los locales. Tras él se puede ver el torso de un maniquí que luce una apretadísima camiseta roja con algo parecido a un cocodrilo Lacoste en la pechera. Como él, todas las personas que trabajan en las tiendas de Els Límits son marroquís. Hablan más francés que español o catalán, el idioma que necesitan para tratar con los clientes.
Andema subraya la hipocresía. “Francia es un modelo de respeto a la propiedad industrial. Además de la ley y su aplicación, hay un impulso político”, explica su director general. Pero luego llegan a Els Límits autobuses llenos de ciudadanos del país galo, reflexiona, que se ponen las botas comiendo en los gigantescos bufetes libres, llenando sus cestas de comida, alcohol y tabaco, y comprando falsos bolsos Gucci a diez euros.
“Esto es insoportable”, se queja F. G., español de 59 años. Lleva 40 años trabajando en Els Límits. Ahora despacha en una tienda de marroquinería, bolsos y otros complementos. “Los turistas ya vienen pidiendo falsificaciones”, se queja. Recuerda tiempos pasados donde la vida comercial era “mejor” con un cliente que compraba productos de “más calidad”. Ahora, dice, sus vecinos revientan el mercado con las falsificaciones. “Nos están arruinando…”, lamenta, cargando duramente contra la policía y el Ayuntamiento. “En la acera de enfrente, la gendarmería no para de inspeccionarles, de multarles… Por eso no hay ni una tienda de falsificaciones”, sostiene.